No tengo perdón de Dios
Creo que nadie lee ya este blog lo que le aporta tanto en sinceridad.
Me siento tan, pero tan mal, tan a la deriva y vacío que ni las cosas que fueron estandartes en su momento son ahora cenizas o escombros. El fútbol es lo que resulte de dos grupos persiguiendo a una pelota; Dios un anhelo casi inalcanzable.
Esta distimia me tiene adormecido desde hace tanto tiempo, nunca me di cuenta de cómo me iba durmiendo en sus brazos poco a poco, cómodamente, hasta ser lo que siempre critiqué.
No quiero ni excusarme, ni entrar en un juego retórico para intentar justificar lo injustificable. No quiero poner el locus de control fuera de mi: a mis casi 27 años tengo que entender que las cosas que me pasa, no me pasan, sino que las busco y he de ser responsables por ellas.
Que estúpido fui. Destruí, una vez mas, lo que mas me importaba, lo que me tomó años construir ahora está tirado en el suelo, desordenadas piezas que no se juntan ni pegan por parte alguna. Son solo un archipiélago de recuerdos de la persona que tanto me gustaba y costó ser. Recuerdo frases y sensaciones pero ahora me veo como un estropajo, una persona hecha de harapos, merced cual veleta, del cambiante viento.
Y en vez de dar la cara, arranco. Cobardemente. Que mal, que pena tengo. Que tristeza. Es una tristeza tan tibia, tan cálida que me llama a quedarme acá, a seguir adormecido. Este sopor en el que he caído me funciona tan bien como escudo, cual ansiolítico, adictivo y eficaz: no soluciona el problema: todo el tiempo quiero una dosis mas alta para intentar seguir tapando este sol de verdades con un dedo.
Hoy siento que no tengo perdón de Dios. Que ni siquiera soy quien para implorar por perdón. Lo que he hecho no tiene nombre y mi penitencia ha de ser sufrir un tiempo este dolor, tiempo suficiente para que me marque con cicatrices indelebles que no me permitan nunca, nunca, nunca olvidar.
Si me hubiesen amputado una pierna o me hubiese cortado el ligamento cruzado estaría tanto mejor, pero son las lagrimas y el ardor emocional agudo ajeno lo que mas me duele. Porque se que ella dio la cara, porque se que quemé lo mejor que tuve, porque se que maté una confianza a prueba de balas, porque por alguna razón innentendible destrocé quirúrgicamente lo mejor que me pasó nunca.
Trato de encontrar razones o frases que me aplaquen el dolor, pero ni el hijo prodigo ni el ideal de la santidad amainan el escozor de mis heridas.
Hoy, por primer vez me siento tan mal tan malo que no me siento ni digno del perdón de Dios