Me quiero reír...
Ironías de lado, reírse es lo mejor. Dormir, comer y reír deberían estar garantizados constitucionalmente en cualquier país medianamente serio. No quiero ni saber cuantos músculos se ejercitan ni tonteras como el gasto calórico de una buena risotada. Una catarata de endorfinas se vierte sobre el torrente sanguíneo y es como que de golpe y por nada a veces, todo está bien.
Si hasta tiene propiedades contagiosas. ¿A quien no se le ha pegado la risa cuando ve a otra persona perder la compostura y no poder aguantarse mas? Es expansiva, igualmente que el bostezo. Es gratis, solo basta juntarse dos o tres amigos y ya está. Seguro que terminas riéndote.
Y es que de eso se trata. La vida y su péndulo nos va a llevar por emociones y etapas duraderas tanto de manía como de depresión; de éxtasis y de agotamiento. Sin embargo, siempre vamos a tener dentro nuestro estos lunares de risa que tiñen nuestro día a día. ¿Y quien no cree que la vida está hecha de esos pequeños momentos? Esos que nos sacan de la rutina, esos que nos hacen pensar “outside the box” y que de ingenuos, ridículos o ingeniosos nos revuelven la cabeza por un minuto y nos hacen lisa y llanamente reír.
Y claro, obviamente hay diferentes tipos de risa. Está la mas fome que tiene que ver con reírse del chiste del suegro o de la abuela; la que te produce el pelota que choca contra el ventanal cerrado y se da vuelta sobándose la nariz; la del delantero que le tira un caño al defensa; la nerviosa cuando das vuelta el vino en la mesa… o te puedo nombrar mil mas. Cada una en su momento puede ser la mejor.
Pero la que mas me gusta es la risa que surge del silencio de un auto estacionado en la calle, con las luces apagadas a eso de la medianoche de un martes. Esa risa de dos personas que no hablan con palabras, sino que se miran, comprenden y ríen. Cómplices de un sentimiento que se dibuja en una sonrisa.
Hace tan poco valoro tanto esta sonrisa torpe e ingenua, esa verborrea sin sentido, medio risa medio articulaciones sin sentido que es inentendible para quien la mira desde fuera, pero certeza para quien la vive. Cuando los silencios no son incómodos y cualquier argumento está perfecta para hacer reír. Cuando el espacio no sobra sino que es parte y las palabras entran por los poros y no por los oídos. Cuando no es forzado sino brisa. Cuando llegas a adelantarte a lo que piensa ella y sabes lo que te dirá antes que lo diga. Cuando se ríen, cuando nos reímos… ¡Cuanto me quiero volver a reír!
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